Francisco Morales
Agencia Reforma
Ciudad de México, 25 febrero 2025.- Tan pronto mira llegar al fotógrafo que va a retratarlo, el escritor Leonardo Padura esboza una sonrisa pícara y lanza una recomendación: «Yo que tú me cambiaba esa gorra por una de los Dodgers», bromea.
Con sólo ver la cachucha azul de los Yankees, al autor cubano le viene el recuerdo del juego final de la pasada Serie Mundial, donde una desastrosa cadena de errores permitió que los angelinos empataran la pizarra, con 5 insólitas carreras, en la parte alta de la quinta entrada.
«La quinta fue la estocada en el corazón de los Yankees», machacaría después al fotógrafo, una vez terminada la entrevista, fumándose un cigarro en la calle y con la vista puesta en el Paseo de la Reforma.
En lo más hondo de su ser, Leonardo Padura (La Habana, 1955) sigue siendo el niño que, durante la década del 60, salía a una esquina de la calle Libertad, en el periférico barrio de Mantilla, para soñar con convertirse en pelotero profesional.
Su pasión por el beisbol -su obsesión y vicio, incluso- ocupa un capítulo entero de Ir a La Habana (Tusquets), un libro heterodoxo, inusual, que a falta de un género preciso ha decidido calificar como «hereje».
«Es un libro que es ensayo, es memoria, es autobiografía, es periodismo, entonces todo eso está mezclado y, además, viene acompañado con dos pliegos de fotos (de Carlos T. Cairo), para hacerlo más complejo», refiere.
Sin tapujos, de frente, este nuevo título declara la relevancia que tiene para el autor desde la primera línea: «Este es un libro que siempre quise escribir».
«Sobre todo, es un intento de mirada muy personal, pero muy abarcadora, sobre mi relación con La Habana», puntualiza en entrevista, de visita en la Ciudad de México para una serie de actividades.
«Y esa relación, por supuesto, no es sólo la que ocurre en mi tiempo vital, que es la más importante y la que yo preferencio en el libro, pero también es la relación de la cual yo me he apropiado por otras memorias, memorias leídas, escuchadas, gráficas, y todo eso da ese recorrido histórico, sentimental y literario por la ciudad».
Podría decirse, por otro lado, que éste bien podría ser el libro que todo lector de Padura quería ver escrito, pues ningún otro autor cubano de su tiempo ha llevado a tantas personas, provenientes de todo el mundo, de la mano por las calles de La Habana.
Ya sea en el clásico contemporáneo El hombre que amaba a los perros (2009), o en cualquiera de las diez novelas del detective y librero Mario Conde, la ciudad natal del escritor es una obsesión que, con este nuevo libro, intenta exorcizarse.
«Esto ya venía cocinándose y mi editor español (Juan Cerezo) me dijo: ‘Mira, creo que después de una novela como Personas decentes (2022), que es una novela tan habanera, que es tu novela más habanera, hay que hablar de La Habana, hay que hacer ese recorrido y dejar ahí tu mirada sobre el carácter, la historia, las condiciones de la ciudad», cuenta.
Y así lo hizo, a través de una sentida narración que comienza cuando, a los 10 años, todavía como un niño inquieto en su eterno barrio de Mantilla, decide allanar un antiguo palacete situado en una colina y mira desde las alturas la extensión completa de la capital cubana, desde sus pies hasta el mar.
«Desde ese punto, que es el barrio de Mantilla, es que yo hago ese recorrido por todo ese plano físico que se ve ahí y me voy apropiando de los distintos lugares por los que voy teniendo distintos niveles de relación, más profundos o menos profundos», explica.
«El barrio de La Víbora, donde hago mis estudios preuniversitarios, la zona de El Vedado, donde voy a la universidad, la zona de Centro Habana y La Habana Vieja, donde trabajo como periodista, donde está la redacción del periódico y, bueno, todo ese proceso empieza desde ese sitio en el que se ve toda la ciudad», enlista.
El devenir de la ‘Niza de América’
Entre los capítulos autobiográficos, con erudición, pero sin perder el encanto, Padura cuenta la historia de la urbe, desde su fundación como villa en 1519, pasando por el periodo modernizador de inicios del siglo XX donde quiso ser la «Niza de América», hasta la irrupción del proyecto socialista traído por la Revolución de 1959.
Cada capítulo, además, está acompañado por fragmentos de las 14 novelas de Padura, donde se aborda el tema y periodo histórico en cuestión, cuidadosamente seleccionados por la primera lectora de todo lo que el autor escribe: su esposa, la filóloga y guionista Lucía López Coll.
Con todo ello, el libro ofrece una mirada que, irremediablemente, como es bien sabido para quienes han seguido las aventuras del Conde, desemboca en una profunda tristeza e indignación por el deterioro de la fisionomía de La Habana y, sobre todo, de la calidad de vida de sus habitantes.
Emociones que Padura recuerda haber sentido poderosamente cuando, al escribir La neblina del ayer (2005) incluyó un pasaje donde el Conde mira a la ciudad desde el emblemático Hotel Nacional de Cuba y entiende que La Habana ya no es la misma que él conocía, con una sensación que el escritor bautizó como «ajenitud».
La decadencia narrada por el autor, sin embargo, no es sólo arquitectónica, sino que lamenta la pérdida de urbanidad y de valores que han sido erradicados de la sociedad por las carencias que se acumulan.
«El otro día regresaba a la casa y en un hoyo, en una de las avenidas centrales de La Habana, caí en ese hoyo y me partió las cuerdas de la goma (llanta)», relata sobre el daño al Subaru Vivio que compró en 1997.
«Cuando te pasa eso, tú empiezas también a perder la urbanidad y empiezas a cagarte en la madre de todos los responsables de que la ciudad tenga esos niveles de deterioro».
Desde la estatización de toda industria privada en 1968, pasando por el «Periodo Especial» de los años 90 y la actual crisis sin una salida previsible, algo de lo que ha ido feneciendo en La Habana es el comportamiento cívico de su gente, como evidencian las pilas de basura y el reguetón atronador que sale de todos lados.
«Ves a la gente comportarse de maneras muy vulgares y no es que la gente tenga que ser toda catedrática y universitaria, en las sociedades tiene que haber de todo, pero en los comportamientos vulgares no tiene que ver la instrucción con la educación, y por eso es que hay esos comportamientos tan vulgares», lamenta.
«Te das cuenta de que una ciudad que se está deteriorando, no solamente física, sino que se está deteriorando humanamente, está al borde de un apocalipsis». advierte.
Fiel a Mantilla
Así, con una situación que podría ponerse peor para Cuba con el segundo periodo presidencial de Donald Trump, y con una necesaria reforma económica que el régimen cubano necesita imponer -pero sin confianza en su éxito-, Padura no tiene plan alguno de abandonar La Habana.
Desde su casa de Mantilla, donde ha vivido desde que nació, planea seguir escribiendo, si es necesario, hasta que lo expulsen.
«Pero espero que no se les ocurra la posibilidad», dice riendo.
«Yo pertenezco a ese contexto social, cultural, humano. Mi manera de entender la vida y, de cierta forma, de practicarla, es una manera que aprendí ahí y que practico ahí. Mi lenguaje es el lenguaje que se habla en la ciudad», declara.
«Mis personajes salen de la realidad de esa atmósfera, de ese contexto, entonces, estar lejos de La Habana para mí sería traumático, pero bueno, nunca se sabe. En el socialismo se dice que nunca se sabe el pasado que te espera, pero tampoco el futuro. Espero que no sea un futuro dramático en cuanto a mi relación de permanencia con la ciudad».
A fin de cuentas, esa Habana que mira decaer es también la de sus recuerdos, la de la salsa y los boleros, la vida nocturna sin fin y las vidrieras luminosas de las tiendas y comercios de su infancia, copiosamente referenciada en el libro a través de crónicas periodísticas y ensayos; una Habana por la que vale la pena quedarse.
Un abrazo habanero
Una vez terminada la charla pelotera sobre los Dodgers y los Yankees, Leonardo Padura recuerda todo el trabajo que tiene encima: más entrevistas, una charla con Juan Villoro en la Casa Estudio Cien Años de Soledad (este martes, a las 19:00 horas) y una charla en la Sala Miguel Covarrubias de la UNAM (el miércoles 26, a las 18:00 horas).
También, desde luego, la nueva novela que escribe, que recorre un periodo de 40 años que se centra, fundamentalmente, en el año de 2023 en Cuba.
Antes que quejarse sobre sus múltiples trabajos, Padura recuerda que un amigo de la infancia, que se gana bien la vida vendiendo cuerdas para yates, alguna vez le recordó que hay gente que ya quisiera poder tener, al menos, un sólo trabajo para vivir.
«Bueno, pues a seguir trabajando», dice al deshacerse de la colilla de su cigarro, y se despide con la misma cordialidad que imprime en los libros que firma: «Acá está el abrazo habanero de Leonardo Padura».