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Luis Ángel Amescua Gutiérrez                     

Agencia Reforma

 

Ciudad de México, 10 enero 2025.- La lesión… Fue tres días antes de que comenzara el Mundial. El Mundial comenzó un domingo, y yo me lesioné un jueves. Era el último entrenamiento interescuadras de la Selección. ¡El último entrenamiento!

 

 El viernes y el sábado iban a ser días recreativos, y de ahí a esperar la inauguración del Mundial… Era una tarde nublada, lluviosa. El campo estaba muy húmedo, mojado. El entrenamiento estaba a punto de terminar. ¡A punto de terminar! Yo creo que dos o tres minutos más y el «Güero» Cárdenas hubiera pitado el final. Juan Manuel Alejándrez, un medio de contención del Cruz Azul, y yo fuimos a disputar un balón. Yo me resbalé, perdí el control del cuerpo y llegué a la disputa con las piernas flojas, o mejor dicho con la pierna izquierda sin apoyo y la pierna derecha en el aire. El tobillo izquierdo se me dobló casi hasta topar con el suelo. Alejándrez, en cambio, llegó con las piernas firmes. En esas condiciones se dio el choque. Fue un golpe durísimo. Incluso, por unos segundos se me fue la respiración y perdí el conocimiento. Cuando lo recuperé, sólo sentía un dolor muy fuerte en la pierna izquierda. Desde ese momento supe que me había lesionado.

 

 Inmediatamente, el «Güero» Cárdenas, el ingeniero De la Torre y mis compañeros corrieron a auxiliarme. Más tarde, algunos de ellos me dijeron que corrieron porque habían oído claramente cómo el hueso había tronado. También ellos supieron desde el principio que el golpe era serio… Recuerdo que a un lado del campo había una puerta de madera. Nunca supimos qué hacía ahí, pero ahí estaba. Mis compañeros la improvisaron como camilla, me subieron en ella y me llevaron al centro de capacitación. Ahí esperamos a que llegara la ambulancia. Me subieron en ella y me llevaron a la clínica del doctor Pérez Teuffer, el médico de la Selección y de todos los futbolistas. Recuerdo que la ambulancia iba escoltada por varias motocicletas, unas adelante y otras atrás, todas con las sirenas abiertas. Según parece, a esas alturas la noticia se había corrido, y la radio y la televisión la transmitían en sus noticiarios. Obviamente, no sabían que me había lesionado.

 

 Recuerdo también que en el camino pedí un cigarro. Llegaba al vestidor, me acostaba con las piernas hacia arriba y descansaba unos minutos. Luego, me levantaba y me tomaba un té. Y al final, mientras me aseaba y me preparaba para regresar al segundo tiempo, me fumaba un cigarro. Si no e lo fumaba, no me sentía a gusto.

 

 Yo creo que era una manera más de relajarme. Bueno, pues en el camino a la clínica pedí un cigarro. Se lo pedí a la persona que iba a mi lado; no recuerdo quién era, supongo que un doctor o enfermero o alguien así.

 

 Llegamos a la clínica. A esas alturas, mi cuerpo se había enfriado y el dolor era insoportable. Inmediatamente me tomaron unas radiografías. Se comprobó lo que todo el mundo temía: había fractura, de tibia y peroné. ¡De tibia y peroné! Eso significaba que me quedaba fuera del Mundial, pues la recuperación se llevaría entre tres y cuatro meses… me pidieron que me quitara la camiseta de la Selección y que me pusiera una bata. Yo no acepté. Les pedí que me operaran así, con la camiseta puesta. Creo que no es difícil imaginar lo que sentía en esos momentos… Pero mis desgracias continuaron en la sala de operaciones. El propio doctor Pérez Teuffer y su equipo me intervinieron. Sólo que… me operaron mal. La lesión ameritaba una intervención en forma, colocar tornillos, en fin, todo eso, y en lugar de ello se limitaron a «empatar» los huesos y a enyesar. Obviamente, yo de esto no me enteré sino un mes más tarde, en Guadalajara, cuando fui a una revisión médica. Ahí me sacaron otras radiografías y se dieron cuenta de que el problema seguía ahí, de que los huesos sólo estaban empatados y el desplazamiento era el mismo. ¡En nada había mejorado! Fue entonces cuando me operaron como debía ser, colocándome tornillos y toda la cosa. Hubo gente que incluso me aconsejó que pusiera una demanda conta la clínica del doctor Pérez Teuffer. Pero yo no quise. Para mí eso era lo de menos. Lo que verdaderamente me interesaba era recuperarme.

 

 Pero, en fin, volviendo al momento de la lesión. Me operaron y me quedé internado en la clínica el viernes y el sábado. Y dentro de lo mal que me sentía, hubo un hecho que me ayudó bastante y que sigo recordando con enorme gratitud: la visita de mucha, muchísima gente. Gente de todo tipo y de todos los niveles. Gente del pueblo y gente de la política, del deporte y la farándula, como se dice hoy. Para empezar, por supuesto, mis padres, que hicieron un viaje especial para estar conmigo en ese momento. Luego, mis compañeros de la Selección, los directivos de la Federación Mexicana de Futbol, jugadores de otras selecciones (me emocionó mucho la visita de Giacinto Facchetti, el capitán de la selección italiana). Gustavo Halcón Peña declaró: «Es algo sumamente lamentable que nos ha puesto a todos los jugadores sumamente tristes. Todos lo estimamos por su magnífico carácter y lo admiramos por su categoría y profesionalismo. Nos sentimos como una familia que ha perdido al mejor de sus miembros». Y después, gente como «Clavillazo», el «Púas» Olivares, el gobernador de Jalisco, que también hizo un viaje especial desde Guadalajara para acompañarme y darme ánimos.

 

 Modestia aparte, creo que la visita de toda esta gente pude dar una idea de lo que mi persona representaba para la Selección Nacional. Por supuesto, estoy seguro de que, de haber sido otro el compañero lesionado, también lo habrían visitado. Pero lo que no puedo olvidar son las palabras de aliento con que buscaban animarme. Lamentaban la lesión por lo que para mí como persona representaba, pero sobre todo mi ausencia por lo que mi estilo representaba para el esquema de juego de la Selección. «Tú eras la pieza clave», me decían.

 

 Pero además de estos testimonios están los de los principales comentaristas deportivos de esa época: Fernando Marcos, Manuel Seyde, Ignacio Matus, Antonio Andere, Flavio Zavala Millet, en fin…

 

 Por aquí también debo de tener los periódicos de aquellos días A ver Sí En la Prensa del 28 de mayo Fernando Marcos escribió: «Onofre, según una encuesta entre expertos de varias nacionalidades, estaba incluido entre los mejores quince futbolistas del mundo: ¡pero no vestirá la camiseta verde!»

 

 Ese mismo día, en su columna «¡Cosas de la patada!» Del Esto, Ignacio Matus dijo: «Perder a un jugador de la calidad de Alberto Onofre, cuando la competencia importante está por iniciarse, tiene que ser lamentable. Fue de maldecirse, quejarse de la suerte, pero sobre todas las cosas, hay que seguir. Entre el resto de los elementos seleccionados hay quienes pueden ocupar el puesto, no sabemos si mejor o peor porque Onofre sólo hay uno. Pero esos son nuestros recursos en estos momentos y a ellos hay que atenerse. Onofre fue siempre un jugador que gustó por su estilo de actuar, por su sentido para el futbol de altura. Pensamos que podría ser decisivo en el funcionamiento del equipo y en muchos momentos lo fue porque tiene calidad. Pero al mismo tiempo que lamentamos la sensible baja, entendemos que los demás también cuentan. Y que sea, superar el mal momento y seguir de firme en busca de la calificación».

 

 También ese día, en su columna «Puntos de vista» de La Afición, Antonio Andere dejó escrito: «Ha sido este de Onofre un golpe verdaderamente cruel del destino.

 

 A sólo cuatro días del arranque de la Copa del Mundo, este excepcional renuevo del futbol mexicano, elemento si no indispensable sí valiosísimo en el engranaje del equipo nacional, queda inutilizado en función de un accidente cuya lamentación no tiene medida.

 

 La baja es de insoslayable importancia. Desde luego, su ausencia. Se había erigido en el mariscal, en el orquestador del seleccionado. Y en torno a él florecieron las más caras esperanzas.

 

 ¡Estaba jugando realmente ‘a la campana’! Y se esperaba de él un rendimiento más que satisfactorio.

 

 El destino se ha interpuesto entre el chamaco y su posible cita con la gloria.

 

 Toda la afición mexicana tuvo de inmediato la medida cabal de esta baja. Repiquetearon nuestros teléfonos inquiriendo sobre el accidente.

 

 Casi nadie lo creía. Hablaban para estar seguros. Y luego exclamaban, desde el fondo del alma: «¡Carambaqué mala suerte!»

 

 En efecto, ¿qué mala suerte! No se puede decir otra cosa.

 

 Porque además del aspecto personal, la pena con ribetes trágicos para el muchacho; su lesión, intrínsecamente considerada; su inmensa pena por no poder realizar lo que sin duda era la gran ilusión de su vida: jugar en la Copa del Mundo además de todo esto, decíamos, las consecuencias posibles para el seleccionado. Desde luego en el aspecto moral. Porque si en condiciones normales produce consternación la fractura de un futbolista y más cuando se trata de un compañero, en vísperas del Mundial, la cosa adquiere aspectos mucho más dramáticos».

 

 El último comentario que conservo de ese mismo día es el de Flavio Zavala Millet, en su columna «Frente a las redes» del Ovaciones. Dice: «Dolorosa y lamentable por muchos conceptos la grave lesión sufrida ayer por Alberto Onofre.

 

 El muchacho ya no podrá ser de la partida; un choque y el desmoronamiento de muchas ilusiones, el derrumbamiento de un anhelo, un sueño dorado que se desvanece…

 

 Onofre iba a jugar su primera Copa Mundial; su clase, su categoría, auguraban que no sería la única.

 

 Su ascenso al primer plano internacional fu casi inesperado; el salto consagratorio fue recibido con sorprendente admiración por todos los aficionados.

 

 Muy pronto se sintió cómodo vistiendo la camiseta nacional. Cómodo y suficiente, hasta constituirse en un jugador clave dentro del andamiaje táctico del equipo mexicano.

 

 Designado por la mayoría de los críticos como el «jugador el año», Onofre ratificó sus méritos en el terreno internacional. Era, en fin, una de las esperanzas más firmes y de las garantías más sólidas de que disponía Raúl Cárdenas para sus planes.

 

En Guadalajara la noticia del accidente fue tanto más deplorada, cuanto que Onofre era y es uno de los ídolos de la gran afición de la Perla Tapatía.

 

 Formado y curtido en las filas del popular equipo de las «chivas rayadas», había alcanzado la categoría de ídolo como lo fueron en otro tiempo, hombres como Salvador Reyes, Héctor Hernández y tantos otros que surgieron al internacionalismo desde las fuerzas inferiores del club tapatío.

 

 Un día después, el 29 de mayo, luego de lamentar mi lesión, Manuel Seyde, en su columna «Temas del día» del Excélsior, dijo:

 

 La verdadera desgracia es que desaparece de la alineación de la Selección nacional un jugador que llegó ahí empujado por el grito popular mientras se hacían pruebas con otros jugadores mucho menos capacitados. Se le ignoró intencionadamente mientras el público les decía a los organizadores desorganizados que Onofre era imprescindible y así, por fin, se decidieron a seleccionarlo presionados por el clamor popular que a nosotros nos llegaba en una vigorosa corriente epistolar. Recibí muchísimas cartas en las cuales los lectores se mostraban irritados por la contumacia de los desorganizadores en incluir a otros con mucho menos cualidades futbolísticas que Onofre.

 

Por fin le abrieron una pequeña puerta a Onofre y éste se instaló desde luego como el hombre de la media cancha: distribución, penetración, audacia, imaginación, dominio del terreno, etc., etc.

 

 Y como era el eje de un equipo en donde no existe eje, ni líder, ni hombre-clave, tenía que atravesarse, repentinamente, una fractura en un entrenamiento.

 

 En fin… El domingo fui al Estadio Azteca a la inauguración del Mundial. Comenzó con el partido México-URSS. Antes del partido, bajé a los vestidores a visitar a mis compañeros, a darles ánimo, a decirles que aunque físicamente no iba a estar con ellos, mental y emocionalmente sí estaría a su lado, que tenían que hacer un esfuerzo y ganar, en fin… Luego, los directivos de la Federación Mexicana de Futbol (Cañedo, Álvarez y otros que por el momento no recuerdo) me invitaron a ver el partido desde el palco de la Federación. Vimos el partido. De ahí, me acompañaron al aeropuerto, me subí a un avión y regresé a Guadalajara a recuperarme.

 

 Los partidos de México los viví con una frustración muy grande, la mayor de mi vida. A fuerza de ser honesto, debo decir que hasta la fecha no logro resignarme… Es que, repito, yo iba de objetivo en objetivo y, gracias a Dios hasta ese momento todos los objetivos que me había planteado los había alcanzado. Desde que me fui a probar con las fuerzas juveniles de Guadalajara hasta que me convocaron para integrar la selección mundialista, todo lo que me había propuesto lo había logrado… No sé, si me hubiera fracturado en un partido amistoso, en un partido de liga, en un cuadrangular, ¡pero fracturarme unos días antes del Mundial, de un Mundial en el que yo esperaba destacar y proyectarme! ¡No, no lo acepto! Todavía no lo acepto.

 

Capítulo del libro: Un crack mexicano. Alberto Onofre, que se publica con la autorización del autor Agustín el Moral Tejeda

 

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